viernes, 12 de octubre de 2007

EDUCACION SEXUAL OCHENTISTA


Creo que está muy bien lo escrito...

2 comentarios:

nodoandes dijo...

Debes ser más cuidadoso con lo que dices...

nodoandes dijo...

EDUCACIÓN Y SEXUALIDAD


Por JORGE AURELIO TORO R.
Docente Tapartó.


La primera mujer que vi empelota me la mostró una monja. Corría el año de 1983 y la Hermana Lilian, una sexagenaria religiosa (¡ojo, sexagenaria alude a sus sobrepasados sesenta años) fue asignada como profesora de “comportamiento y salud”, como se llamaba primitivamente la enseñanza de la sexualidad. Recuerdo vívidamente cómo la monja, para hablarnos de cómo el pene obtenía su erección, nos dijo “vean muchachos, las cavidades del cuerpo cavernoso se llenan de sangre caliente y el pene se pone así”, y acompañó sus palabras con el gesto potente de levantar su mano derecha, apretando el puño, con una expresión de lúbrico entusiasmo que le iluminó completamente la cara; todos nosotros, un tanto asustados por lo inesperado del evento, reventamos en carcajadas y la monja gozaba con nuestro exacerbado ánimo. Antes de terminar la clase nos motivó, con miles de prevenciones, porque habríamos de ver, por vez primera, la desnudez del cuerpo femenino.

El anuncio generó un revuelo enorme, los comentarios que compartíamos eran halagadores y la espera de la vendita clase se hizo interminable. Llegado el momento y anunciada la exposición del cuerpo femenino y sus ocultas formas, sonrisitas pícaras, mezcladas con un dejo de satisfacción se hicieron sentir en el claroscuro salón de audiovisuales. Desbordábamos un entusiasmo parecido al de ir a matinée los domingos y cada compañero eligió el mejor puesto que pudo y así audiovisuales se volvió “luneta” y “balcón”.

Las pocas mujeres que estudiaban con nosotros permanecían un poco abochornadas, tal vez con el sentimiento de que “eso” que hacía parte de su gran secreto, sería por fin revelado, puesto en evidencia ante una parrandada de adolescentes que, más que vivir, padecíamos la sexualidad con total inmadurez, procacidad y mal gusto. Por fin, gracias a Dios, podríamos ver y entender qué era lo que tenían y ocultaban debajo de sus uniformes un par de mujeronas del colegio que nos traían locos y eran tema en los talleres y la granja.

El escenario no podía ser mejor y amparados en la pingüe oscuridad de la sala, esperábamos extasiarnos por completo con las redondeces, vellosidades y protuberancias de la tan ansiada desnudez del cuerpo femenino. Vuelta a anunciar la dichosa figura, la monja sacó una caja de filminas y las imágenes empezaron a rodar. Nos tocó soportar varias figuras de “relleno”, paisajes alpinos, campos de tulipanes y viejos molinos de viento, matizados con frases sobre la juventud, la castidad y cómo vivir en cristo y algunas personas jóvenes de carne y hueso, representando los más castos y virginales noviazgos. Estas vistas sólo aumentaban nuestra ansiedad. Llegado el momento, con el corazón en la mano y los ojos en la pantalla, la monja soltó la tan deseada figura y el asombro fue total: apareció una figurita parecida a las sacadas del álbum “Amor Es...”. ¡No hay derecho! En vez de vagina tenía una “Y” y por senos, dos “punticos”. La rechifla, el desencanto y la mezcla entre ira y risa se hicieron sentir. La monja no entendía lo que estaba pasando y nadie se preocupó por explicarle cosas que no estaban ni estarían a su alcance entender.

No cabían dudas, la erótica figura fue sin duda sacada de los archivos de Ediciones Paulinas, pasando todos los censores del Vaticano, posiblemente fue llevada a España por José María Escrivá de Balaguer y traída a América en un guacal con miles de revistas “Primavera”.

De ahí en adelante tocó el noble ejercicio del “voyerismo”, que es como le dicen a los gateadores en francés, esperando al milagroso momento en que una compañera de clase, mal sentada o con un escote mas bien tacaño en botones, nos prodigara con esas agradecidas limosnas de poder hundir nuestra mirada y nuestro deseo allá dónde los dedos no, pero sí la imaginación, pueden llegar. El resto del bachillerato tocó padecer una educación sexual que siempre ligaba el sexo, el erotismo y el amor, a cosas como chancros, gonorreas, menstruaciones, embarazos y métodos de planificación; ¡claro!, después de los consabidos discursos sobre la virtud, la virginidad, la abstinencia, el matrimonio, el desenfreno y el libertinaje.

“Si el orgasmo es la única agonía memorable,
porque es repetible,
el erotismo es el aprendizaje de la muerte”
(Miguel Méndez Camacho)